Alicia temía levantarse de la cama cada mañana desde que fue despedida de su trabajo como programadora. Ella sabía que los despidos eran algo habitual, pero al mismo tiempo se culpaba a sí misma por haber desafiado a su jefe en demasiadas ocasiones y por haber hablado en las reuniones cuando no era su turno.
Con su subsidio de desempleo como único ingreso, al principio se le hacía más difícil llegar a fin de mes. Tener que mantenerse con una cantidad tan pequeña de dinero le obligó a vender su vivienda y a vivir en un piso alquilado más pequeño. Alicia creía que tendría más energía y esperanzas una vez que encontrara el trabajo adecuado; sin embargo, ese trabajo nunca llegaba. Durante ocho meses buscó otro puesto como programadora antes de decidirse por un trabajo temporal actualizando páginas web para una pequeña empresa. El puesto no estaba bien remunerado y las tareas pronto llegaron a aburrirla.
Su supervisor parecía mostrar escaso interés por el trabajo o por la agenda de Alicia, y apenas tuvo consecuencias el hecho de que llegara al trabajo con un retraso de dos horas; por eso, ella comenzó a quedarse en la cama. El aburrimiento que le producía su trabajo no era el único problema. Alicia también estaba sufriendo una gran preocupación y ansiedad. Había experimentado estas sensaciones antes de ser despedida; de hecho, antes de que esto ocurriera, había faltado a veces al trabajo después de haber pasado la noche en vela por causa de las preocupaciones. Eran más las noches de desasosiego que las que pasaba tranquila y sus zozobras se centraban en lo mal que se sentía, en si llegaría a fin de mes y en si tendría éxito en la vida. Sin embargo, lo que más le preocupaba era hasta qué punto su estado de ánimo minaba sus relaciones.
Los cambios en la vida de Alicia se multiplicaron y su estado de ánimo empeoró cuando comenzó a desconectar de las personas y de las actividades que solían aportar alegría y estímulo a su vida. Desde que se trasladó a un apartamento más pequeño, también dejó de invitar a sus amigos para que la visitaran. Se sentía incómoda por el tamaño de su vivienda y por la construcción barata del edificio.
Su vecindario era seguro, pero se encontraba en una zona poco deseable de la ciudad de la que tanto ella como sus amigos solían reírse y a la que llamaban «la pista», ya que se encontraba cerca del aeropuerto. Alicia había vivido en ese mismo barrio durante un año, después de terminar los estudios universitarios, soñando que jamás volvería allí en su vida, a las pequeñas y sombrías viviendas que parecían moteles reformados. Por eso, Alicia no invitaba a sus amigos, y rara vez les visitaba, ya que tenía pavor a la inevitable conversación sobre el trabajo.
El hecho de tener envidia de la buena suerte de sus familiares también le hacía sentirse mal y, así, era más fácil para ella evitar cualquier tipo de contacto. Desgraciadamente, algunos de sus amigos tomaron el distanciamiento de Alicia como un agravio personal después de que esta no acudiera a tres o cuatro eventos; estos amigos ya no la llamaban. Ella les echaba de menos, pero no era capaz de armarse de valor para llamar y explicarles su comportamiento.
Alicia consideró que el aparente rechazo por parte de sus amigos era intolerable, ya que contaba con un largo historial de problemas familiares, que finalmente fue la causa de que su madre la echara de casa a patadas dos meses después de cumplir los diecisiete años. Se fue a vivir con sus amigos y estuvo sin hablar con su madre durante más de tres años. Alicia describió esta situación como un periodo de su vida muy triste y «angustioso».
Aunque hay muchos caminos que conducen a la depresión, no es difícil descubrir que las cosas que le sucedieron a Alicia son comunes en las vidas de los pacientes con depresión. De hecho, Alicia estaba deprimida y cumplía los criterios de un trastorno depresivo grave. Su médico le sugirió que tomara medicación antidepresiva como tratamiento para la depresión y la ansiedad. «¡Estupendo! Ahora estoy loca y sin un céntimo», pensaba.
Cuando se negó de forma radical a tomar «la medicina del loco», su médico le pidió que por lo menos visitara alguna vez a un psicoterapeuta. Sin seguro médico, el coste de cualquier tratamiento parecía prohibitivo. Con todo, ella accedió a visitar a un terapeuta, siempre y cuando fueran pocas sesiones. El médico envió a Alicia a la consulta de una psicóloga conocida por su pericia en terapias breves.
A Alicia le sorprendió el modo en que la terapeuta interactuó con ella en la primera sesión. Esperaba que la mujer se sentara cómodamente en silencio y que asintiera con la cabeza mientras ella contaba la historia de su vida. En cambio, Beth, la terapeuta, le preguntó acerca de sus hábitos de sueño y alimenticios, sobre su estado anímico, el nivel de disfrute de sus actividades, el consumo de alcohol o drogas y sus
interacciones sociales.
Beth también centró sus preguntas en cómo era la vida de Alicia antes de la crisis laboral. ¿Qué planes tenía para su vida? ¿Cómo esperaba que fueran las cosas en aquellos momentos? Responder a estas preguntas fue doloroso.
Lo que Alicia había deseado era vender su piso y comprar una casa, no vender su piso y alquilar un pésimo apartamento. Pensaba que podría salir con alguien, en lugar de aferrarse únicamente a un puñado de amigos que seguían siendo muy fieles a ella. Cuando Beth señaló a Alicia lo poco gratificante que era su vida, esta última estuvo totalmente de acuerdo.
Beth también explicó que las sensaciones de tristeza, cansancio y desesperanza eran naturales y a menudo se experimentan cuando la vida es poco gratificante. Explicó que estas sensaciones solían seguir a periodos de ansiedad y preocupación, y que sin duda eran comprensibles después de perder un buen trabajo. Beth también dijo que quedarse en la cama en realidad tenía sentido cuando se experimentan estas sensaciones.
Alicia sentía curiosidad. A menudo se decía a sí misma (y escuchaba en un consejo compartido por los miembros de su familia) que su comportamiento no tenía ningún sentido. Si estaba pasando por un momento difícil –se preguntaba a sí misma–, ¿por qué no esforzarse un poco más en vez de quedarse en la cama toda la mañana? Conseguir un nuevo trabajo no puede ser tan difícil –se decía a sí misma infinidad de veces al cabo del día.
Beth propuso la AC como plan de tratamiento. «El objetivo es que te vuelvas a comprometer en actividades que anteriormente te aportaron placer y satisfacción, aunque las circunstancias de tu vida hayan cambiado», explicó Beth. «Esto también puede ayudarte a resolver las situaciones preocupantes que ves que te quitan el sueño». Alicia pensó: «No puedo imaginarme a mí misma sintiendo tanto placer y satisfacción por algo, y tampoco puedo imaginarme a mí misma sin preocuparme por todo ello». Cuando Beth le preguntó si estaba dispuesta a probar seis sesiones para evaluar si este método le resultaba útil, antes de embarcarse en un tratamiento más largo, Alicia respondió que no tenía nada que perder por intentarlo.
Beth, la terapeuta de Alicia, presentó los conceptos básicos de la terapia conductual para la depresión. Las intervenciones de la AC han sido durante décadas un componente esencial de los tratamientos conductuales y cognitivo-conductuales para la depresión. En los últimos años, la AC ha conseguido ser objeto de una atención cada vez mayor como tratamiento autónomo en la depresión. ¿Qué explica este creciente interés por la AC?
¿Qué es la AC para la depresión?
La AC es un tratamiento breve y estructurado para la depresión que tiene como objetivo la activación de los clientes de modos específicos que aumentará las experiencias gratificantes en sus vidas. Todas las técnicas de la AC son utilizadas al servicio del objetivo fundamental de aumentar la activación y el compromiso en el mundo del individuo.
Para alcanzar esta meta, la AC se centra también en los procesos que reprimen la activación, tales como las conductas de huida y evitación. La AC se basa en la premisa de que los problemas en las vidas de individuos vulnerables reducen la capacidad de estos de experimentar la recompensa positiva de sus entornos, y desencadenan los síntomas y las conductas que clasificamos como depresión.
Para aliviar la depresión, la AC supone que se ha de ayudar a los clientes a la hora de adoptar una conducta que en último término considerarán placentera o productiva, o que mejorará sus situaciones vitales de tal modo que proporcionen recompensas mayores.
Las sesiones de la AC están orientadas a la acción y se centran en la resolución de problemas. De hecho, la mayoría del trabajo terapéutico tiene lugar fuera del consultorio del terapeuta. Cada semana, los terapeutas y los clientes trabajan juntos para elaborar las tareas de activación que serán completadas entre las sesiones y para suprimir cualquier barrera que pueda surgir y que impida la activación.
Muchos estudios avalan la eficacia de la TC; entre ellos se incluyen algunos de los últimos y precisos ensayos clínicos (DeRubeis et al., 2005; Hollon et al., 2005).
Para más información sobre la eficacia de este tratamiento, adjunto algunos enlaces de interés:
LA ACTIVACIÓN CONDUCTUAL (AC): UN NUEVO ACERCAMIENTO AL TRATAMIENTO DE LA DEPRESIÓN http://www.infocop.es/view_article.asp?id=1157
LA ACTIVACIÓN CONDUCTUAL: UNA ALTERNATIVA EFICAZ http://www.infocop.es/view_article.asp?id=1159
LA ACTIVACIÓN CONDUCTUAL Y LA DESMEDICALIZACIÓN DE LA DEPRESIÓN http://www.papelesdelpsicologo.es/vernumero.asp?id=1474
Francisco de los Santos Hurtado
Psicólogo en Centro ABC
www.centroabc.es
Extraído de «Activación Conductual para la Depresión: Una guía clínica» Christopher R. Martell, Sona Dimidjian, Ruth Herman-Dunn
Editorial Desclée de Brouwer
Sin lugar a dudas es una buena solución, buscar la activación cuando se esta en un estado depresivo, antes de que se agrave más, ya que si se fomenta la activación y se realiza aquellas actividades que la persona se encuentra más cómoda, entonces se sentirá mejor y el estado depresivo disminuirá, hasta desaparecer